TASACIÓN Y VENTA DE ALHAJAS
Se desarrollarán a continuación los contenidos referidos a la tasación y venta de Alhajas junto con un somero análisis del mercado del coleccionismo de las joyas. Es necesario establecer que dicho mercado es diferente al de las gemas desarrollado en la Unidad IV. Mientras que el mercado de las gemas se halla orientado directamente a la inversión y los valores están determinados por escalas y tablas universales que conllevan una estandarización, el mercado de las alhajas está dirigido al coleccionismo, como en los demás bienes de arte y está regido por variables menos estrictas. Los contenidos que se desarrollarán son los siguientes:
1. Evolución del diseño de alhajas: Usos, Descripciones y Moda
1.1. El Renacimiento
Las joyas siempre han constituido un complemento esencial para la realeza, marcando más aún las distancias con el pueblo llano. Especialmente en el Renacimiento, los orfebres de talento realizaron unas joyas exquisitas para los nobles clientes privilegiados.
Durante el Renacimiento tanto Enrique VIII (rey de Inglaterra) como Francisco I (rey de Francia) gastaron fortunas en la joyería que ostentaron, en 1520, y de nuevo en 1532, cuando los monarcas inglés y francés se encontraron en Calais1. En Europa, desde Lisboa a Viena, cada casa principesca reunía un tesoro en joyas, como símbolo de gloria dinástica. La clientela de este estrato social elevó la joya al rango de bella arte.
A los grandes artistas, como Hans Holbein y, en Italia, Giulio Romano, igual se les pedía que diseñaran joyas como que pintaran al fresco o al óleo. Hubo orfebres, como Benvenuto Cellini (1502-1572), que llevaron a la cumbre de la perfección las técnicas tradicionales del esmalte, la fundición y el cincelado. Aunque la única obra autentificada que queda de Cellini no es una joya sino un objeto enjoyado -el salero que está en el Kunsthistorisches Museum de Viena-, éste es el paradigma de su vigoroso estilo escultórico. Bajo la influencia de Cellini, las joyas se componían de figuras modeladas por completo, abrillantadas con esmaltes y con hermosas perlas blancas colgantes; las gemas, en vez de dominar la composición, se limitaban a ser notas decorativas. Estas joyas no sólo eran la expresión de la doctrina cristiana y de los sentimientos personales -como, en realidad, hacían en la Edad Media- sino que reflejaban la influencia de la antigüedad, representando temas del arte clásico, de la mitología y de la historia.
Durante el Renacimiento también renació en la joyería el arte romano del camafeo, con la talla y el grabado en piedras duras, como el ónice y el sardónice (ágata amarillenta con zonas más o menos oscuras). Los tallistas de camafeos, que aprendían en Roma, Florencia y Milán, cruzaban los Alpes hacia el Norte y abrían talleres en Praga, París y Londres. Traían un repertorio desde los motivos clásicos hasta los de su época, episodios de la Biblia, imágenes de Cristo, de la Virgen y de los santos y retratos de contemporáneos ilustres. El nivel era alto y las gemas grabadas por grandes maestros, como Alessandro Cesati, equiparables con las de la Roma imperial.
Cellini relataba en su Autobiografía que, en 1524, estaba de moda entre los caballeros prender pequeños medallones de oro luciendo un tema favorito en el ala del sombrero vuelta hacia arriba. Él fabricaba estas alhajas y contaba lo difícil que era modelar en redondo las figuras en miniatura y esmaltarlas después en varios colores. Quedan unas pocas y algunas pueden verse en algunos retratos: generalmente representan un pasaje de la Biblia o de la mitología. Por supuesto que estas joyas constituyen hitos para el coleccionismo de alhajas. Las mujeres lucían hilos de perlas o se colocaban en el centro de la frente una joya de adorno. Desde mediados de siglo, se llevaron puestas alrededor de la cabeza, por detrás y por delante, unas cintas con piedras preciosas ensartadas alternadas con parejas de perlas. A esta moda le sucedió la de las horquillas largas o agujones para el pelo, que tenían en el extremo una joya. Durante la mayor parte de este período, las orejas iban tapadas por el pelo o por un capuchón, por lo que no solían llevarse pendientes. Los pocos que se ven en los retratos y que figuran en los inventarios son de perlas en forma de pera, que colgaban de aros de oro, pendientes en forma de campana y racimos de uvas de oro fijados a unos nudos de lazo.
Los corpiños de los vestidos de las mujeres eran muy ceñidos, con escotes bajos, esto permitía que se acompañaran de cuellos de joyería, cadenas y collares. Las mujeres llevaban perlas blancas redondas ensartadas en forma de gargantillas altas alrededor de la garganta o en filas largas, cayendo hasta debajo de la cintura. Los collares, de eslabones de oro esmaltado labrados minuciosamente, tenían gemas engastadas en unos cabestrillos altos (tiras de metal que rodeaban y aseguraban las piedras) alternándose con grupos de perlas. Cada eslabón, que exigía mucha maestría, era una alhaja en sí mismo. La manufactura de las cadenas suponía un desafío parecido: tenían unos diseños complicados, de longitudes que variaban desde la simple gargantilla hasta el hilo largo enrollado alrededor del cuello con tantas vueltas que quien lo llevaba parecía aprisionado por tan gran cantidad de oro. Enrique VIII llevaba, como señal de rango, un gran collar en torno a sus hombros; el que está pintado en el retrato de Hans Holbein de la Galería Nacional de Roma tiene engastadas unos enormes espineles2 color rosa y perlas montadas en forma de flores y hojas. El medallón -que podía ir colgado de la cadena, collar o gargantilla o ir prendido a una cinta sobre la manga- también era una afirmación de inquietudes culturales o espirituales. Muchas personas devotas lucían una cruz, como símbolo de la fe cristiana; ésta podía llevar piedras o perlas engastadas y lucir símbolos adicionales, como los objetos relacionados con la Pasión: corona de espinas, clavos, etc. Otra joya religiosa era el monograma de Cristo "IHS". Las piedras iban montadas en forma abierta, (se veían por delante y por detrás3), para que las propiedades mágicas que se les atribuían pasaran a quien las lucía. Esos conjuros se reforzaban a veces con invocaciones inscritas sobre la joya. Los orfebres trabajaban con una amplia gama de motivos seculares -alegorías, flora y fauna- y símbolos como el cuerno de caza, que evocaba el pasatiempo principesco favorito, y el barco, un talismán de la felicidad. Algunos preferían los medallones con sus propias iniciales: Enrique VIII encargó varios para él con la inicial H y otros para Ana Bolena con la inicial B.
En lo que se refiere a los brazaletes, algunos eran unas bandas de trabajo de orfebrería con gemas y perlas engarzadas, mientras que otros consistían en cadenas de eslabones de oro con broches esmaltados, con cifras, emblemas heráldicos y, para una novia, unas manos sujetando un corazón coronado. Los elegantes talles se realzaban con cinturones suntuosos. Cellini modeló uno, como regalo de boda, adornado con amorcillos, máscaras y guirnaldas de hojas de acanto. Otros consistían en cadenas de nueces de ágata, que al abrirse dejaban ver cuadros de pasajes bíblicos o mitológicos. De ellos se colgaban objetos cómodos o útiles, convertidos en joyas por el gusto renacentista: mondadientes en forma de hoz, pomos de perfume para purificar el aire, libros de oración, abanicos y espejos. Los anillos se lucían más que ninguna otra joya. Los diseños resaltaban las tres partes que lo componían: el aro, la arquitectura o la escultura de sus "hombros" y un alto engarce central con la piedra preciosa apoyada en los en los "hombros". Después de 1540, a este engarce se le da una ornamentación esmaltada independiente. Los sellos, esenciales en los negocios, llevaban escudos de armas grabados en oro o en cristal, con los colores en una lámina que iba debajo. Había anillos que se denominan gemelos4 con un aro doble y engarces que simbolizaban la indisolubilidad del matrimonio. Algunos contenían sorpresas: en la colección de la reina Isabel I de Inglaterra había un anillo que lucía la inicial E de Elizabeth en diamantes engastados y, al abrirse con una especie de pasador, dejaba ver los retratos esmaltados de la reina y de su madre, Ana Bolena, ambos enjoyados.
1.2. El Barroco
Sostiene Vivianne Becker5 que hacia el año 1600 se notó un cambio en la tendencia de las joyas, pues empezaron a representar la riqueza que suponía la cantidad de piedras preciosas más que una expresión artística de tipo intelectual. Los franceses se pusieron al frente en el diseño y así se han mantenido hasta la actualidad. Se pudo dar mayor importancia a las piedras que a la montura por el incremento de su suministro, resultado del comercio de empresas como la Compañía de las Indias Orientales. Se hicieron grandes progresos en la talla del diamante. Empezó a ser de uso corriente el diamante rosa, tallado con múltiples facetas, y desde 1660 se adoptó la talla de brillante. Hubo tal demanda de perlas que su precio se triplicó en los primeros 60 años del siglo. Hubo un comercio floreciente de imitaciones hechas en Venecia y en París. Para evitar los reflejos amarillos se empezaron a montar los diamantes en plata, excepto en España, donde seguía prefiriéndose el oro. El esmalte, relegado a la parte trasera y a los lados de las alhajas, tachonadas de gemas, siguió siendo el medio más importante de ornamentación para las cajas de relojes y las miniaturas. Una técnica nueva que se desarrolló en París y en Blois hizo posible pintar estas superficies en una gama de colores que imitaban en miniatura los cuadros de los grandes maestros del Barroco. Los libros ilustrados, franceses en su mayoría, demostraban la pasión por el diseño floral, seguido por las influencias clásicas. Las señoras se entrelazaban perlas en le cabello y se sujetaban el moño con agujones o rascamoños rematados con joyas en forma de insectos, barcos, cayados de pastor y flores. A finales del siglo XVII se llevaban los peinados más altos y se colocaban a un lado de la cabeza agujones de ramilletes cargados de perlas. Los sombreros de los hombres llevaban alrededor de la copa cintas alhajadas, cadenas e hilos de perlas. Unas presillas mantenían las alas vueltas hacia arriba.
A pesar de la inmensa popularidad de las perlas de pera en las orejas, también había demanda de gemas montadas en oro y plata. La elegante girándula solía constar de la parte superior, del centro en forma de arco y de tres o más colgantes en forma de gotas, que eran la alternativa favorita a las perlas. Los estilos más sencillos constaban de un solo colgante que pendía de un botón en forma de racimo montado con piedras laminadas. Los hombres generalmente preferían un solo colgante de tamaño considerable, como la perla que lució Carlos I en su ejecución. Con perlas blancas y redondas se formaban hilos en forma de collar, que se ataba con cintas por la espalda.
El nuevo resplandor que daba la talla al diamante desafió a la perla y, a principios del siglo XVIII, el collar de diamantes se había convertido en el mayor símbolo de posición social, con las piedras en talla rosa sobre monturas de plata (esmaltadas por detrás), engastadas en varias vueltas que caían como guirnaldas. Los hombres también lucían cadenas: eran la recompensa normal para el servicio diplomático y el de los funcionarios. En la primera mitad del siglo era de rigor en las señoras elegantes una gran joya en el centro de un escote bajo. Estas alhajas, igual que las cruces, solían prenderse de una cinta atada con un lazo, pero desde mediados de siglo, el lazo se hacía en metal y piedras preciosas. Hacia final del siglo, las monturas se embellecieron con hojas de acanto. Los brandías, una forma oblonga alhajada derivada de los brandeburgos de las guerreras de los militares prusianos, hechos en juegos de tamaño escalonado y prendidos desde el escote hasta la cintura, fueron una moda que, con origen en Versalles, se adoptó internacionalmente. Los broches de temas florales también siguieron de moda. Los joyeros de Francia, utilizando piedras preciosas y diamantes, representaban de forma naturalista hojas y pétalos, mariposas posándose y pájaros sobre las ramas.
En todos los países, tanto protestantes como católicos, se lucían cruces. En la Europa Continental siguieron usándose relicarios y rosarios, mientras que en Inglaterra había un interés creciente por las joyas referidas a la muerte. Estos anillos, relicarios y brazaletes corredizos (que se llevaban sobre cintas de terciopelo, que pasaban por unas presillas gemelas que iban por detrás) llevaban símbolos de la muerte -calaveras, huesos cruzados, ataúdes, esqueletos, relojes de arena, un ángel tocando la trompeta del juicio final- y generalmente tenían un guardapelo que se identificaba por un monograma en hilo de oro. Poco a poco la gente se fue dando cuenta de que los broches, los botones, los adornos para las mangas, los pendientes, el collar, los agujones y las hebillas con el diseño y los materiales a juego resultaban más elegantes que una miscelánea de adornos, aunque cada uno de ellos fuera magnífico. Las joyas que luce la efigie fúnebre de Frances Stewart, duquesa de Richmond (fallecida en 1702), que se copiaron de sus diamantes y aún se encuentran en la abadía de Westminster -donde está enterrada-, dan idea del estilo de estos primeros aderezos. En Inglaterra aparecieron, en la década de 1660, dos novedades de la joyería masculina: el botón de la manga, precursor de los gemelos, que se hizo para abrochar el puño a la muñeca, sustituyendo a las cintas, y la hebilla de los zapatos6.
1.3. Rococó y Neoclasicismo
La gran calidad en todas las ramas de las artes decorativas era también aplicable a la joyería del siglo XVIII, que alcanzó un nivel de elegancia raramente igualado desde entonces. Los fabricantes parisienses, inspirados por clientes exigentes -entre los que la más influyente era Madame de Pompadour, amante de Luis XV- fijaron el nivel para el resto del mundo. En Alemania y en Inglaterra, los artesanos hugonotes que habían huido de Francia en 1685, atrajeron a la clientela más rica y aristocrática y los joyeros franceses trabajaron para las cortes de San Petersburgo, Madrid y Copenhague. Tomando elementos de los estilos rococó primero y neoclásico después, los joyeros sacaron el máximo partido de la belleza de las gemas y de los diamantes, lo que se revelaba por la mejoría de las técnicas del tallado y del pulido. El suministro de piedras procedentes de India se complementó por las importaciones de Brasil, donde se descubrieron diamantes hacia 1720. Los diseños del siglo anterior -agujones para el pelo con mariposas y otros insectos, broches sobre el corpiño y los pendientes de girándula- se reinterpretaron en versiones más ligeras. Se pasaron de moda las hojas de acanto y el esmalte negro, entraron líneas más ligeras y volutas, así como un sentido de la asimetría en las joyas, combinando las dos. Desde 1760 empezó a dorarse la plata, ya que, al no esmaltarse las partes traseras, se manchaban la ropa y la piel. Aparecieron esmaltes de soberbia calidad en la superficie de las cajas de reloj, en las chatelaines, en las miniaturas y en los cierres de los brazaletes, reproduciéndose en algunos de ellos los lienzos de los pintores famosos. Después de 1750, para mayor refinamiento, apareció la máquina de grabar, movida a motor, que trabajaba las superficies, tallando dibujos que, al cubrirse con el esmalte, hacían unos reflejos como la seda de muaré. Desde 1760 se utilizó un esmalte azul noche para realzar los contornos de las monturas y como fondo de los motivos de diamantes engastados y de los monogramas de los anillos y de los cierres de los brazaletes.
Las joyas sentimentales -broches, anillos, guardapelos, broches de brazaletes- se llevaban mucho de día. La mayoría contenían miniaturas o rizos de pelo, se identificaban por monogramas y se enmarcaban con perlitas pequeñas redondas o se bordeaban con esmalte azul; algunas tienen grabadas frases de amor, casi siempre en francés. Desde 1770, el pañuelo se prendía en el cuello con un broche ovalado, octogonal o en forma de lanzadera, adornado con un motivo amoroso. Siguió interesando la joyería conmemorativa, tan importante en la época anterior. El cabello de alguien fallecido se plegaba o se tejía formando dibujos para hacer paisajes con sauces llorones y urnas funerarias. Los que estaban de luto llevaban estos emblemas con aderezos de azabache y esmalte negro. Para jugar a las cartas, para el teatro y los bailes, las cabezas se empolvaban y se salpicaban con ramitos de flores o con insectos como polillas y moscas, o con mariposas y pájaros llevando ramos de olivo. Hacia fin de siglo, se colocaban estrellas y plumas en los peinados, rematados con plumas de avestruz. Las alas de los grandes sombreros de las señoras podían llevar prendidos trofeos de amor, de guerra, de jardinería o artísticos; los hombres preferían lazos y botones más lisos.
Los collares más importantes eran de vueltas de diamantes engastados en tamaños decrecientes, sin tenían un tamaño suficiente; si eran pequeños, se formaban con ellos racimos o guirnaldas de flores y cintas. El lazo que pendía desde el centro del cuello se llamaba esclavage. Hileras de piedras, engarzadas en forma de borlas o colgando en guirnaldas, reflejaban la moda de los diseños que se inspiraban en las guarniciones o pasamanería de adorno de la tapicería o de las cortinas de 1770 y 1780. Las perlas representaron el papel más importante: podían ir ensartadas en simples hilos, tejidas en cordón, mezcladas con diamantes en gargantillas anchas o en elaboradas formas de lazos y guirnaldas que se ataban por la espalda con cintas de colores. Estas composiciones de piedras podían ir montadas sobre cintas lisas de terciopelo, que hacían resaltar el conjunto al máximo. Unos broches llamados petos ocupaban el espacio que va desde el escote a la cintura. Se diseñaban como ramos de flores, como lazos anudados, imitando los dibujos de las sedas y como composiciones en forma de V, que combinaban las formas de flores y cintas. Los modelos más pequeños se montaban en juegos de tamaños escalonados. Había aderezos de hebillas, lazos, borlas y botones que también lanzaban destellos y colores cálidos desde las mangas, hombreras y faldas amplias.
Hasta los más ricos tenían joyas de menor precio: se tallaban las cornalinas, ágatas, amatistas, aguamarinas y granates para imitar el fulgor de los rubíes rojos rosa. El oropel y otras aleaciones parecidas proporcionaban sustitutos baratos del oro. La imitación de piedras preciosas -blancas, de colores y opalinas- resultaba perfecta y se engarzaba en forma de collares artísticos, agujones, brazaletes y pendientes, así como en útiles botones y hebillas para los zapatos, ligas y cinturones. En sustitución de las perlas, se usó mucho un tipo de madreperla que se enmarcaba con marcasitas para darle más brillo. Aunque en el siglo XVIII las primeras interesadas -y usuarias- en las joyas eran las mujeres, los hombres elegantes tenían muy presente su rango y su apariencia. Sólo unos pocos privilegiados adornaban sus trajes de corte con las insignias de las órdenes de Caballería, pero todos los caballeros poseían una espada con la empuñadura esmaltada y alhajada, llevaban un elegante reloj con un sello que pendía de él y ostentaban una miniatura que colgaba de una cadena al cuello y valiosos anillos en los dedos. Las corbatas o chalinas llevaban prendidos broches centelleantes, los puños de las mangas se sujetaban con botones y los zapatos llevaban hebillas de acero cincelado o de imitación de piedras preciosas. Los botones podían ser de piedras preciosas, auténticas o de imitación, y también esmaltados, con motivos alusivos al deporte y a las aficiones políticas o culturales. A partir de 1770, cuando el estilo se hizo más sencillo y más conservador a la vez, los botones de los hombres se hicieron más grandes y se convirtieron en blanco de la ironía femenina.
1.4. El Estilo Imperio
Con el estallido de la Revolución Francesa en 1789, les llegó a los joyeros ingleses su oportunidad de lucimiento. La firma más importante fue Rundell, Bridge y Rundell, cuya tienda era una de las más bellas de Londres. Esta ilustre compañía tenía el patronazgo de la familia real y especialmente el del príncipe regente -quien se convertiría en Jorge IV-, que gastó sumas ingentes en joyas. Napoleón se dio cuenta de la importancia política de la ostentación y encargó al pintor de corte Jean Louis David que ideara una modalidad artística que expresara la grandeza imperial. Las joyas que se hicieron bajo su dirección para la coronación de 1804 establecieron el tipo de joyería cortesana para el resto del siglo XIX. El estilo imperio iba a tono con los gustos dominantes en la época napoleónica. Los dirigentes de la sociedad de toda Europa adoptaron suntuosos aderezos -tiaras, peinetas, pendientes, collares, cinturones y brazaletes gemelos- hechos con diamantes, perlas, piedras preciosas y camafeos en motivos inspirados en el arte clásico. La pasión por la ostentación continuó tras la derrota de Napoleón en Waterloo, aunque con el regreso de los Borbones a Francia, las abejas y los motivos clásicos se sustituyeron por las flores de lis reales y por flores, hojas y plumas naturalistas. Como complemento del suministro de diamantes y de piedras preciosas de colores, se importaban del Brasil, entre otras gemas, amatistas, peridotos, topacios, crisolitos y crisoberilos. Las turquesas estaban en su apogeo; por ejemplo, la marquesa de Londonderry, una de las más ricas y famosas herederas de Inglaterra, estaba tan apegada a sus anillos de turquesas que se dice que fue enterrada con ellos. Las monturas de estas piedras eran de aspecto imponente, debido a la filigrana y al grabado a máquina con dibujos de conchas, volutas y plantas. Había vistosos contrastes de colores -granates y oro amarillo, topacios color rosa y brillantes, turquesas y perlas- que solían combinarse con esmaltes en azul noche, verde brillante y turquesa. Esta mezcla de piedras de colores, esmaltes y oro amarillo, que evocaban las joyas del Renacimiento, se llamó a la antique (a la antigua).
1.5. El Romanticismo
Durante el período romántico la nostalgia del pasado, fomentada por las novelas históricas de sir Walter Scott, inmensamente populares, influyó en la joyería de otras formas. La influyente revista The World of Fashion 7 sostenía en 1839 que las formas de nuestras joyas están hoy día copiadas por completo de la Edad Media. Estas alhajas no eran réplicas exactas de las piezas auténticas, sino más bien creaciones híbridas inspiradas en elementos que se derivaban de la arquitectura, la escultura, los tejidos, manuscritos y cuadros de la Edad Media y del Renacimiento. El principal exponente en Francia fue François Desiré Froment Meurice (1802-1855), a quien su amigo, el poeta Víctor Hugo, llamaba el Benvenuto Cellini del Romanticismo. Resucitó el estilo figurativo asociado con Cellini, pero de una forma muy personal, utilizando más la plata oxidada que el oro y tratando sus temas como escenas de una representación. El nuevo espíritu religioso impulsado por el Romanticismo se expresaba también en la joyería devota: se colgaban de la chatelaine largas cadenas con cruces, rosarios y devocionarios de tapas esmaltadas. El arquitecto neogótico A. W. N. Pugin (1818-1852) diseñó un aderezo sobre este tema para que su esposa Jane lo luciera con su vestido de novia. Las cintas del pelo –de oro y esmalte champlevé o campeado- se inspiraban en las que lucían los ángeles cantores en el retablo que pintó Jan van Eyck en el siglo XV para la catedral de Gante y llevaban grabada una declaración de fe: Christi Crux est Mea Lus8. El sentimentalismo siguió inspirando una amplia gama de joyas que conmemoraban la amistad, el amor y el matrimonio. El cabello se seguía llevando entretejido con collares, pulseras y cadenas, recogido con redecillas y combinado con miniaturas. Del mismo tipo son las joyas con el emblema de la eternidad, una serpiente que se muerde la cola, la hiedra, símbolo de fidelidad; el pensamiento, símbolo del recuerdo y el nomeolvides. Las propias piedras equivalían por sí solas a mensajes de amor; en Inglaterra, el rubí, la esmeralda, el granate, la amatista y el rubí con el diamante significaban, por sus iniciales: recuerdo. El luto se respetaba rigurosamente y las joyas que se llevaban con los vestidos negros eran de símbolos adecuados: mariposas, serpientes, antorchas, cruces, nomeolvides, capullos de rosa, coronas celestiales, monogramas e inscripciones tales como Memoria Eterna, por ejemplo.
Los que viajaban al extranjero, traían a casa recuerdos de sus aventuras. Había joyería de hierro de las fundiciones de Berlín, broches de marfil y anillos de Dieppe y de Suiza, y esmaltes de Ginebra que representaban a jovencitas con el traje regional de los distintos cantones suizos. Las principales ciudades de Italia tenían sus especialidades: Venecia era famosa por los abalorios de cristal y las cadenas de oro, Génova por la filigrana de plata. El coral se tallaba en camafeos en Livorno y Nápoles, siendo sus motivos favoritos las bacantes y los querubes. Seguía siendo floreciente la talla de camafeo en Roma, reproduciéndose las obras maestras de la escultura antigua y moderna. También procedía de Roma la joyería de mosaico, que se derivaba de la antigua técnica usada para los suelos y las paredes. El motivo que estuvo más de moda fue una adaptación de un mosaico del Museo Capitolino, que representa a unas palomas bebiendo en un cuenco dorado. Para los gustos más románticos había vistas de paisajes de las afueras de Roma, animadas por idílicas escenas de vida rural. Para la joyería regional no había necesidad de cruzar el Canal de la Mancha: de Irlanda venía el roble de pantano, tallado en arpas y tréboles; de Derbyshires, las piedras duras taraceadas en forma de ramos de flores para broches, y de Escocia, las piedras de cuarzo ahumado (de color ámbar o marrón cetrino). Aunque buena parte de la joyería era femenina, los joyeros suministraban ornamentos para los caballeros. Entre sus joyas estaban las leontinas para el reloj, las botonaduras de camisa de piedras, los gemelos para los puños, los guardapelos, los sellos colgantes y, tal vez lo más personal de todo, los alfileres para prender en la corbata o la chalina.
1.6. Del Arts & Crafts al Art Nouveau
La mitad del siglo XIX fue testigo del comienzo de una era de individualismo e innovación en términos de joyería y orfebrería. Hubo muchos diseñadores y artesanos que, buscando nuevas fuentes de inspiración, se volvieron hacia la antigüedad o hacia culturas extranjeras exóticas. Al adaptar los estilos pasados o exóticos a los métodos de producción de la era industrial y a los nuevos materiales, crearon objetos decorativos nuevos e interesantes que se han convertido en piezas altamente coleccionables y que alcanzan una valoración en algunos casos extraordinaria. Para facilitar el conocimiento y reconocimiento de las características individuales de estos movimientos que se definen en términos generales en el mercado del arte como Art Nouveau, pero que se desarrollaron en cada país europeo y en los Estados Unidos con caracteres propios, diseñadores originales y terminología particular, es que a continuación se definirá el movimiento país por país.
1.6.1. Inglaterra. Desde 1860 hasta los primeros años de 1900, el Movimiento de Artes y Oficios9. cuyos principales exponentes fueron John Ruskin (1819-1900) y William Morris (1834-1896), inspiró a los artesanos para hacer joyas y bellos objetos de plata (y, a veces, de oro), que solían realzarse con esmalte y piedras semipreciosas. Las genuinas piezas de Artes y Oficios estaban hechas a mano, pero este término se suele aplicar a cualquier otra pieza de la época que presente un motivo o un material relacionado con este estilo, como el entrelazado de estilo celta o los esmaltes de color. Muchas de las mejores piezas de oro y plata se hicieron bajo los auspicios de los gremios. El más conocido era el gremio de Artesanía, fundado en Londres en 1888 por Charles Robert Ashbee. Los diseños de Ashbee estaban inspirados en parte en un estilo neocelta y en el Art Nouveau del continente europeo, pero él también puso algo de su diseño personal. Entre sus objetos de plata y metal dorado había copas con tapa, bandejas y cucharas o cucharones ceremoniales. Sus joyas iban decoradas con pavos reales, plantas en flor y hasta galeones; hacía collares, hebillas de capa, broches y botones, realzadas con esmalte azul y verde y con piedras semipreciosas.
Relacionados, en uno u otro momento, con el gremio de Artes Aplicadas de Bromsgrove, estaban Joseph Hodel, cuyas hebillas de plata, broches y medallones tenían formas frutales y foliadas e iban punteados con piedras semipreciosas. También, Arthur Gaskin; la joyería de éste llevaba piedras de cabujón (en forma de cúpula y sin facetas), bordes de cordoncillo, alambres de filigrana de oro y plata y racimos de abalorios y zarcillos de plata. A partir de 1899, Gaskin trabajó con su mujer, Georgina Cave France. Los diseños sofisticados de Henry Wilson y John Paul Cooper mostraban un buen conocimiento de la platería bizantina y medieval. Alexander Fisher tuvo renombre por su artesanía de esmaltado a mano, que solía tener varias placas de esmalte sobre una hoja de fondo. Entre los influidos por él, estaban Phoebe Traquair, su hija Kate Fisher, los Gaskin y Nelson y Edith Dawson. Después de casarse los Dawson establecieron un taller del que salieron encantadores objetos de campeado (esmaltado sobre cobre o bronce), cloisonné o alveolado10 y otros tipos de esmaltado. Otro matrimonio notable fue el de Harold y Phoebe Stabler que diseñaron esmaltes y joyas.
Una gran cantidad de la plata y las joyas británicas fue comercializada por Arthur Lasenby Liberty, cuyo emporio de Londres ofrecía una amplia gama de objetos de metal, tanto precioso como no precioso. Liberty aprovechó el estilo neocelta que invadió Gran Bretaña, dando a sus líneas de fabricación de plata y peltre los novedosos nombres celtas de Cymric y Tudric respectivamente. En aquel momento los diseñadores de Liberty eran anónimos, pero entre ellos había algunos de los mayores talentos de Gran Bretaña: Bernard Cuzner, Arthur Gaskin y Rex Silver. Más estrechamente identificado con la plata Liberty estaba Archibald Knox, quien hizo más de 400 diseños; su especialidad era los adornos celtas. Otro notable diseñador de Liberty era el escocés Jessie M. King, cuyos diseños -por ejemplo, hebillas esmaltadas con rosas y pájaros estilizados- recordaban mucho a la escuela de Glasgow.
1.6.2. Escocia. Este movimiento -cuyos máximos exponentes fueron los llamados "cuatro de Glasgow", Charles Rennie Mackintosh, su mujer, Margaret Macdonald, su hermana Frances y el marido de ésta, James Herbert MacNair -tenía algún parecido con el de Artes y Oficios, pero su repertorio de motivos era mucho más personal y más del espíritu de la Secesión de Viena11. Entre los diseños de plata y joyas de los cuatro de Glasgow había pájaros estilizados, hojas, flores y corazones y unas cuberterías de plata bonitas y alargadas, de Mackintosh.
1.6.3. Francia. Las joyas de René Lalique (1860-1945) son de las más originales y mejor realizadas del Art Nouveau. Lalique odiaba las joyas que estaban de moda en Francia, recargadas, historicistas y con predominio de los brillantes. En su lugar, quiso hacer joyas que fueran nuevas y vibrantes. Desde 1895 hasta 1910 -en que se dedicó a diseñar cristal- produjo anillos, broches, hebillas, tiaras, cajas de reloj y otras joyas, y no lo hizo sólo con piedras preciosas, sino con cuerno, marfil, perlas, jade, turquesas e incluso aluminio y acero.
Sus temas iban desde las flores naturalistas hasta híbridos de insecto y mujer. Otros diseñadores franceses notables de joyas Art Nouveau fueron Georges Fouquet (1862-1957), quien trabajó en ocasiones con el artista moravo Alphonse Mucha (1860-1939); los hermanos Paul y Henri Beber, que dirigían la Maison Beber; Lucien Gaillard, quien prefería los materiales insólitos, especialmente el cuerno y el marfil; Eugene Feuillatre, famosos por sus esmaltes apliqué-a-jour (unas placas transparentes que a veces se conocen por esmalte de vidrio de colores), y el alemán Edward Colonna, cuyas creaciones curvilíneas y asimétricas en oro y plata iban decoradas con piedras o esmalte.
1.6.4. Bélgica. En el diseño de orfebrería belga destacan dos nombres: Henry Van de Velde y Philippe Wolfers. El primero, que estuvo influido por el diseño inglés de Artes y Oficios, hacía joyas sencillas, curvas o rectas, normalmente de plata y piedras semipreciosas. Wolfers, cuya empresa familiar era proveedora de joyas de la monarquía belga, hacía piezas similares a las de Lalique. Prefería los temas de la naturaleza, sobre todo flores e insectos, pero también representaba cabezas y desnudos de mujer. Además de metales, solía usar marfil.
1.6.5. Escandinavia. El principal orfebre escandinavo durante varias décadas fue el danés Georg Jensen, quien abrió su taller de Copenhague en 1904. Sus primeras joyas -colgantes, broches, peinetas, hebillas y pulseras, adornadas con piedras semipreciosas- eran de un estilo elegante y curvilíneo que se acercaba al Art Decó. Luego, hizo grandes piezas de plata, como cafeteras y candelabros; las vasijas iban acanaladas y adornadas con su marca de fábrica: racimos de cuentas de plata. Entre otros plateros daneses están Morgens Ballin, cuyo estilo sencillo y orgánico influyó en Jensen; Harald Slott Möller, suyas piezas ornamentadas tienen temas tan diversos como desnudos de largas cabelleras y barcos de vela, y Thorvald Bindesböll, que hizo joyas curvadas y con volutas. En Noruega, la firma David Andersen, fundada en 1876, fabricó bonitas lámparas, servicios de té, jarrones y otros objetos de plata. Buena parte del delicado esmalte aplique-a-jour de la firma fue obra de Gustav Gaudernack. En la obra primitiva de Andersen predomina el "estilo dragón", de inspiración vikinga; hacia 1900 aparecen las líneas, más suaves, del Art Nouveau.
1.6.6. Austria. A principios del siglo XX el diseño del orfebrería austriaco estuvo dominado por los Talleres de Viena, una cooperativa de pintores, arquitectos y diseñadores que fundaron en Viena, en 1903, Josef Hoffmann y Koloman Moser. Los dos -junto con Carl Otto Czeschka, Joseph Maria Olbrich, Dagobert Peche, Otto Prutscher y otros -diseñaron joyas y objetos de metal precioso- y básico-, a veces virtualmente curvilíneos y a veces atrevidamente rectilíneos. Un diseño típico, hecho en plata y en lámina de metal pintada de blanco, constaba de un emparrillado de cuadrados en infinitas configuraciones geométricas. Eran menos austeras las vasijas repujadas de plata, opacas y brillantes -normalmente de Hoffman-, en las que, de vez en cuando, había toques de marfil o piedras semi-preciosas: podían ser de curvas suaves, completamente acanaladas o sólidamente geométricas. La exuberancia rococó de Peche se puso de relieve en varias piezas de plata; las joyas y objetos de Czeschka se distinguían por sus motivos de hojas estilizadas, flores, volutas y abalorios; los de Moser solían ser estrictamente geométricos.
1.6.7. Alemania. En el Jugendstil12 predominó el diseño de orfebrería y joyería de Alemania al final del siglo XIX y principios del XX. En Munich hubo un grupo formado por Peter Behrens, Bernhard Pankok, Richard Riemerschmid y Fritz Schmoll von Eisenweth, que contribuyó en 1897 a establecer unos talleres en los que se diseñaban objetos de metal de formas curvas, que podían ser ligeros, delicados y de aspecto gálico o atrevidos, compactos y de apariencia más austriaca. Dos años más tarde, Peter Behrens contribuyó también a establecer una colonia de artistas en Darmstadt, cuyos miembros -entre los cuales estaban Patriz Huber, Joseph Maria Olbrich y Ernst Riegel- mostraban cierta afinidad estética con los movimientos de Viena y Glasgow. Theodor Fahrner era un joyero muy prolífico, que tenía una fábrica-taller en Pforzheim y usaba muchos diseños de los artistas de Darmstadt.
1.6.8. El resto de Europa. En Francia, y entre 1907 y 1910, hubo un italiano, Carlo Bugatti, que diseñó objetos de plata extraordinarios, realizados por el parisiense Adrien A. Hébrard. Combinaban temas, materiales y técnicas de una forma insólita. Por ejemplo, un juego de té y de café constaba de una larga bandeja con una cabeza de animal en cada extremo, terminando ambas en largos colmillos de marfil, una cafetera, una tetera, una jarrita para leche y un azucarero con formas de cabezas de animales parecidos al jabalí, también con colmillos de marfil.
El maestro joyero Peter Carl Fabergé (1846-1920) trabajó casi siempre en San Petersburgo. En su brillante obra había piezas Art Nouveau, que incluían pitilleras de oro con apliques de flores y hojas y también apliques de plata para las piezas de cristal hechas por el joyero neoyorquino Tiffany y el fabricante de cristal alemán Loetz.
1.6.9. Estados Unidos. La joyería y la orfebrería norteamericana estuvieron influidas por el movimiento británico de Artes y Oficios, el Art Nouveau europeo, el diseño japonés, el arte indígena americano y otros varios estilos. En el extremo de lujo del mercado hubo dos firmas dominantes: Tiffany and Company era una joyería, platería y establecimiento comercial neoyorquino, fundada en 1837. Fabricó una plata extraordinaria en estilos japonés, hindú y árabe y, desde la década de 1880, en Art Nouveau. A partir de 1902 y bajo la dirección de Louis Comfort Tiffany -el primer exponente del Art Nouveau norteamericano- la compañía, además de sus líneas de fabricación convencionales, creó una especializada en joyas artísticas, en la mayoría de las cuales se combinaban el oro y el esmalte con las piedras; algunas joyas eran de estilo bizantino o medieval. Gorham Manufacturing Company, fundada en 1831 en Providence, Rhode Island, era el principal competidor de Tiffany en objetos de plata y también fabricaba artículos plateados por galvanoplastia. Entre su plata, de excelente calidad, había en la década de 1880, objetos de estilo japonés y, posteriormente, piezas hechas a mano en los estilos Art Nouveau galo y de Artes y Oficios. Se comercializaban como plata martelé13. Entre otras compañías norteamericanas que produjeron plata Art Nouveau estaban la Unger Brothers, de Newark, la Bailey, Banks and Biddle, de Filadelfia; la William B. Kerr and Co., de Newark; la Lebolt and Co., de Chicago; la Shreve and Co., de San Francisco, y la Reed and Barton, de Taunton, Massachussets. Entre 1890 aproximadamente y 1915 hubo muchos artesanos independientes de la plata y de la joyería, siendo uno de los más notables la bostoniana Elizabeth E. Copeland, que trabajó en plata esmaltada en formas sencillas y primitivas.
En Chicago, a final de siglo, se formaron varias asociaciones devotas de los ideales del movimiento inglés de Artes y Oficios. Robert Riddle Jarvie, que trabajó en la ciudad desde 1893, aproximadamente, hasta 1917, expuso cuencos de plata y cobre, candeleros, trofeos y otros objetos en diseños americanos indígenas y rectilíneos.
Entre otros plateros de Chicago estaban Frances Macbeth Glessner y Clara Barck Welles, que inauguró los establecimientos Kalo Shops en 1900, en Park Ridge, Illinois. Estos produjeron vasijas de plata repujada que solían decorarse con monogramas ornamentales. Clemens Friedell trabajó en la costa oeste y su plata trabajada a mano llevaba representaciones naturalistas del flores y el trabajo repujado clásico (martillado desde dentro)
2. El ornamento antiguo
Las joyas son tan antiguas como el hombre y su capacidad esencial de saciar los deseos innatos de adornarse. Las joyas podían existir incluso antes de la invención de cualquier técnica de extracción o elaboración de materiales. Las primeras joyas son collares sencillísimos o brazaletes primitivos, hechos de elementos naturales recogidos de la tierra, como huesos calcificados, conchas, piedras, maderas y plumas coloreadas de aves. Todas ellas cumplen perfectamente todas las condiciones que hacen que un determinado objeto sea una joya. ¿Cuál es, realmente, la esencia de un adorno considerado precioso, aquello que constituye casi una materia real? La falta absoluta de una finalidad práctica, por ejemplo, o bien la satisfacción de la propia vanidad, o incluso la capacidad de ciertos significados simbólicos, hasta convertirse en un amuleto, en portador de buena suerte, en el objeto más adecuado para sellar una ceremonia, en prenda de amor, en señal de amistad, o en regalo ofrecido o recibido. Todos los valores reales y preciados para los sentimientos humanos que han encontrado siempre su representación natural comprensiblemente en la rareza de los materiales, unida a la finura de su elaboración. Todas las civilizaciones y todas las épocas han producido collares que, de vez en cuando, las han caracterizado y se ha ido ampliando cada día más el abanico de sus significados, hasta convertirse esta joya en el símbolo por excelencia del poder y de la riqueza, además de ser la representación máxima del ornamento mismo, encerrada en un pequeño objeto que por sus cualidades concentra en sí mismo el concepto de preciosidad.
La joya, regalada, adquirida o heredada, es tanto más valiosa cuanto más antigua, cuanto más impregnada esté de la extraordinaria fascinación, propia de un talismán, que jamás podría alcanzar ningún otro objeto de antigüedades, aunque sea precioso. Y el hilo luminoso de tal hechizo no se pierde siquiera ni en aquellas joyas cuya historia pertenece a un tiempo cercano al nuestro. Estos son los únicos objetos de este estudio que poseen la condición de ser coleccionables, ya que los muy antiguos son casi exclusivamente patrimonio de colecciones importantes y, por eso, ya han desaparecido desde hace tiempo de la libre circulación en el mercado, al margen de alguna rarísima excepción. Una espléndida colección de joyas antiguas, de más de dos mil piezas de oro, piedras y camafeos, todas de gran valor, es la que perteneció a los grandes duques de Toscana y de Lorena, conservada actualmente en el Museo Arqueológico de Florencia. Centrándonos, pues, en el siglo XIX europeo, el eclecticismo de los estilos hizo que se produjeran elaboraciones y tipos de collares que se inspiraban en los de épocas anteriores con gran predilección por el Renacimiento y la antigüedad. De forma particular, Italia era precisamente el lugar de esta vista al pasado, con sus tesoros artísticos y arqueológicos. Fue considerada una auténtica mina de evocaciones e ideas para los joyeros de toda Europa, lo que, por otra parte, también ocurría en otros campos. En este clima, la obra del joyero romano Fortunato Pío Castellani (1793-1865) y de sus hijos Alessandro y Augusto, se consideraba particularmente representativa de la época, además de alcanzar un nivel de ejecución muy elevado. En la elaboración de sus importantes collares, sellados con la sigla CC, o bien, ACC, no sólo se inspiraban generalmente en los motivos decorativos del repertorio clásico, sino que incluso intentaban descubrir los secretos de algunas de las más singulares técnicas de orificería del pasado. Entre ellas se han de citar la técnica de la "filigrana", un trabajo de tejido realizado con sutiles hilos de metal precioso, y la técnica de la granulación, que consiste en cubrir completamente una superficie metálica con microscópicas esferas de oro. Los Castellani contribuyeron al auge renovado de estas técnicas, junto con otros tipos de la antigüedad clásica, estudiados directamente en centenares de piezas de la colección arqueológica del marqués de Campana. Otro trabajo típico del XIX fue el "micromosaico", una refinadísima técnica con la que se conseguían collares, brazaletes, colgantes y pendientes, formados por plaquitas montadas entre ellas y en las que se componían figuras de inspiración clásica, realizadas con diminutas teselas de pasta vítrea. Representantes renombrados de la típica producción del siglo XIX fueron, además Robert Phillips (1810-1881) en Inglaterra, y Eugene Fontenay (1823-1887) en Francia.
3. Las Fantasías del Art Nouveau
Se podría decir también que en el siglo XIX llega a su fin un cierto tipo de joya aristocrática e impregnada de gusto a lo antiguo para dejar espacio, a impulsos del movimiento del Art Nouveau y gracias a la favorable acogida que las nuevas tendencias expresivas de grandes artistas tuvieron sobre el público más sensibilizado y refinado de la época, a joyas que, en conjunto, rompen con la subordinación al pasado que, por otra parte, tienen en cuenta para asumir otro sistema de referencias. De acuerdo con el criterio de Vivienne Becker14 a caballo entre el final del siglo XIX y los primeros años de nuestro siglo, las joyas adquirieron formas tomadas del mudo natural, con predilección especial por los motivos florales y animales estilizados con delicada fantasía.
Entre éstos encontramos mariposas, libélulas, pavos reales, cisnes y serpientes. La figura femenina y las influencias del arte japonés fueron también motivos que se utilizaron ya en nuestro siglo en este proceso de total renovación formal de la joyería. Se realizaron también modelos en los que, usando figuras geométricas abstractas, la sinuosidad de las líneas era fuertemente marcada. Sin embargo, en lo que se refiere a los materiales, los diseñadores y maestros del período del art nouveau hacían descansar la fascinación y atractivo de la joya no tanto sobre la abundancia de oro y piedras preciosas, como sobre la espectacularidad y asociación elegante de las materias, entre las que encontraron una acogida amplia y favorable los esmaltes coloreados, el marfil, el ámbar, la madreperla y el cristal. Al comienzo de nuestro siglo, pues, se transformaron radicalmente todos los estilos al uso en joyería, exceptuando los pendientes que, curiosamente, cayeron momentáneamente en desuso, ya que en aquel período se veía como un inconveniente y poco chic perforar el lóbulo de la oreja. Francia e Inglaterra fueron el escenario de las interpretaciones más significativas del art nouveau en el campo de la joyería. En Italia se conocía este estilo con la denominación más genérica de liberty, tomada del establecimiento homónimo inglés en el que, precisamente, se vendían objetos, materiales y complementos de gusto florar, cuya mayor colección se conserva hoy en la Fundación Gulbenkian, de Lisboa. En Francia, la joyería del gusto art nouveau no era intencionadamente vistosa y espectacular, y en establecimientos importantes, activos desde hacía tiempo y que se habían adherido al nuevo estilo, como Forment-Meurice y Boucheron, se añadió la obra sorprendente y maravillosa de René Lalique (1860-1945). Este artista, dotado de enorme fantasía y gran habilidad manual, fue un ejecutor incomparable de la joyería de diseño típicamente asimétrico, en la que, entre otras cosas, hizo uso abundante de la pasta del vidrio y de la técnica del esmalte aplique a jour, un método de elaboración a base de sugestivas transparencias coloreadas, semejante a las vidrieras medievales. Otras empresas que se hicieron célebres por la originalidad y refinamiento de sus trabajos, totalmente representativas del estilo siglo XX, fueron la de Henry y Paul Vever, la de Georges Fouquet, situada en una lujosa tienda de París, decorado por Alphonse Mucha, uno de los pintores más significativos del arte nouveau y que colaboró brevemente con el mismo Fouquet en el diseño de joyas particularmente vistosas, y finalmente, la Maison de Lucien Gaillard. Inglaterra se caracterizaba, sin embargo, siguiendo las directrices generales dadas para las artes decorativas por el Arts and Crafts Movement, por una difusa preferencia de materiales semipreciosos, empleados para joyas poco vistosas, pero que de todas formas son creaciones artesanales apreciadas y destinadas a un mercado de élite, y también por un diseño más bien geométrico. Nombres importantes de este país fueron Philippe Wolfers, comparado a veces, por su fantasía y habilidad, con Lalique. Sobresale la casa Liberty and Co., fundada en 1875 por Arthur Lasenby Liberty, con sede en Londres, en Regent´s Street y con una filial en París, abierta en 1889. Se distinguió por versiones simplificadas de diversos tipos de joyas en oro, plata y peltre; además, entre sus características se encuentra una línea de adornos llamada Cymric (es decir, "galés"), cuya peculiaridad es una serie de motivos ornamentales entrelazados. Robert Koch, Karl Rothmuller y Hugo Shaper fueron los nombres de mayor relieve en el Jungendstil, denominación que tomó este movimiento artístico de comienzos de siglo en Alemania. Al otro lado del océano, la casa Tiffany and Co., fundada en 1837 por el joyero Charles Louis Tiffany padre del famoso artesano y diseñador Louis Comfort, realizaba las más famosas y apreciadas piezas del liberty americano, llegando a sorprender con la producción de personalísimas interpretaciones y gusto oriental, sellada como Tiffany Studios (1902-1918)15. En el otro extremo del planeta, Carl Fabergé (1846-1920), joyero en la corte rusa, fue el artífice de maravillosas piezas únicas, que se unieron a una producción de agujas y pendientes de gran prestigio y valor, resultado de un gran virtuosismo técnico y de un trabajo de inventiva. Fueron los famosos objetos de vertu et de fantaisie. A Fabergé se le encargaron, con ocasión de regalos principescos, joyas escultura, frecuentemente dotadas de mecanismos sofisticados que producían determinados movimientos o de sistemas de apertura. Los realizó haciendo uso amplio de esmaltes y piedras preciosas, que de todas formas no cubrían de ninguna de las maneras la exasperada búsqueda del efecto decorativo y la finura de la elaboración a cincel. Su estilo no significaba una orientación distinta sino que era la expresión de un arte personalísimo y magnífico16.
4. Las Geometrías del Art Déco
De acuerdo con la Guía Ilustrada del Art Decó17 a partir de las huellas de la renovación total del repertorio formal que se había realizado en todos los campos del arte por los maestros del Art Nouveau, se fraguó en Europa después de los años veinte otro cambio en el gusto y las inclinaciones estéticas de la época. Nació así un estilo que tomó el nombre de Art Decó, y encontró en la Gran Exposición de París, en 1925, la consagración, precisamente con la realización de joyas, un sector en el que, en el conjunto de la producción general de las artes decorativas, se podía manifestar el nuevo gusto con mayor precisión, viveza y con algunos resultados verdaderamente significativos.
Los principales caracteres del Art Decó determinan la creación de joyas con tendencia a los adornos de formas cada vez más rigurosamente geométricas. Frecuentemente se caracteriza por el desarrollo de superficies planas, diferenciadas en sí mismas por contrastes cromáticos intensos. El rojo, el blanco y el negro son los colores preferidos de este período. Un puesto propio lo ocupa la llamada línea blanca, compuesta de espléndidas joyas realizadas exclusivamente con la asociación de luces claras y frías, conseguidas con diamantes, oro blanco y platino. Durante estos años, entre todas las variedades de ornamentos preciosos, la aguja asume un papel absolutamente hegemónico. Frecuentemente, adopta la forma de perfiles irregulares o de óvalos abiertos. Los pendientes vuelven a llevarse con gran placer, gracias también a la invención del cierre de clip, que además de ser una novedad, permitía que también pudiesen llevarlos las señoras que querían evitar horadarse el lóbulo de las orejas. Además, adquieren gran auge los accesorios de moda, como pequeños bolsos, polveras, diversos estuches, originales y preciosísimos relojes, etc. Todos estos complementos, oportunamente reconquistados con nuevos diseños y prestigiosamente firmados, se convirtieron en verdaderas joyas "de noche". Francia fue la patria indiscutible del desarrollo y refinado perfeccionamiento de las mejores creaciones del período Decó que, entre otras cosas, fue también una época de innovaciones técnicas y estéticas importantes en el sector, como las formas tubulares flexibles o ciertos tipos de mallas con forma de trenza, espiral o cadena. Diseños pensados para brazaletes, collares o cinturones originales. La general influencia oriental, típica de los años precedentes, continúa siendo uno de los argumentos preferidos también por el estilo de los años veinte. A sus rasgos más típicos, tomados del arte japonés o musulmán, se le unieron las poderosas insinuaciones que el descubrimiento de la tumba del faraón Tutankhamon y su fabuloso tesoro (1922) ejerció sobre la fantasía de los creadores de joyas. En el contexto del gran influjo de la moda exótica del momento nace una verdadera línea egipcia, de la que el escarabajo alado fue el representante más afortunado.
El prototipo máximo de todos estos caracteres en boga, y se podría decir que todo el arte de creación de joyas, fue la Maison Cartier, empresa de fama internacional, fundada en 1847 por François Cartier, en su celebérrima sede parisina de la Rue de la Paix. La Maison, proveedora oficial de muchas casas reales, fue llevada a comienzos de siglo a unos niveles altísimos por Louis Cartier (1875-1942) quien, sirviéndose de la colaboración de sus sobrinos Jacques Cartier y Pierre Cartier, responsables respectivamente de las filiales de Londres y de Nueva York, realizó en su máximo grado una refinada y sabia combinación de gusto, cultura y fantasía, unidas a la asidua frecuencia de la alta sociedad de su tiempo. Las obras más sorprendentes de la Maison Cartier datan de los años veinte y treinta, período en el que trabajó para la casa el gran diseñador Charles Jacqueau. Durante esta época se diseñaron de forma muy definida los principales caracteres de su joyería, que figura entre las más apreciadas, buscadas e imitadas de todo el mundo. Una creación original de la Maison Cartier fue, en 1924 el anillo trenzado de tres tipos diversos de oro, amarillo, blanco y rojo. Otras creaciones fueron: en 1935, la técnica del trabajo flexible a tuvo del gas; en 1937, la realización de un original collar compuesto de esferas de oro, mientras que estaba muy en boga el uso de perlas y brillantes; el motivo del pavo real, construido en los tonos contrastantes de azul y verde; la suntuosidad de los modelos ornamentales que representaban ramilletes, nudos o un vasto repertorio de figuras animales, entre las que destaca sobresalientemente el motivo de la pantera.
Con la Maison Cartier compartió el primado de la celebridad y la reconocida fama por el prestigio de sus creaciones la empresa Van Cleef and Arpels, fundada en 1904 por los hermanos Arpels, que eran comerciantes de diamantes, asociados con su cuñado Alfred Van Cleef. Tenían su sede en la Place Vendome, de París. Van Cleef and Arpels se distinguió sobre todo por la realización de versiones refinadas de todos los caracteres más significativos del arte déco, tanto de la línea blanca como de la egipcia. Sobresalió también por los prodigiosos trabajos de engarces secretos, las llamadas guirnaldas misteriosas, y por la creación de sofisticadas mallas, entre las cuales la más famosa es indudablemente la llamada Ludo, realizada con un finísimo trabajo en nido de abeja. Otras casas que en aquel período estaban también en la cresta de la ola fueron Chaumet, Fouquet y Boucheron. Entre los años treinta y cuarenta se deja libre el camino hacia una joyería moderna, en la que la impronta déco queda sólo en las fuertes tendencias geométricas, subrayadas a su vez por las influencias que sobre las artes decorativas ejerce el cubismo de la pintura, y el riguroso y funcional diseño de la Bauhaus. Vuelve a aparecer la predilección por el oro amarillo y los materiales semipreciosos combinados con los de mayor valor; mientras tanto se van afirmando en la escena internacional las firmas italianas, Bulgari en Roma, Buccellati y Cusi en Milán, Settepassi en Florencia, por citar tan sólo algunas. Estas firmas serán decisivas en la creación del estilo de los "fabulosos años cincuenta".
5. Tasación de Alhajas
De acuerdo con Ronald Pearsall[1] las alhajas constituyen una de las formas más antiguas del arte decorativo y se han fabricado y usado desde las más viejas civilizaciones. Aunque sobreviven ejemplos de joyas europeas desde tiempos remotos, la gran cantidad que aparecen en los mercados hoy día provienen del siglo XVIII en adelante. Recién se desarrollará la industria en los Estados Unidos a partir de mediados del siglo XIX. Debido a que siempre ha tenido un alto valor, intrínseco y sentimental, muchas piezas se han mantenido en buenas condiciones. Debido a esto las casas de remate ofrecen un amplio y espectacular muestrario.
Los tipos de joyería en oferta se ven influidos siempre por lo social y el intercambio económico vigente al tiempo de la manufactura. Durante el siglo XVIII las joyas eran privilegios para unos pocos y ricos, y se fabricaban a mano en pocas cantidades. A mediados del siglo XIX se incrementó el poder adquisitivo de las clases medias, y, este aumento de la demanda combinado con la producción en serie, primero a mano y luego a máquina incentivó la producción de alhajas en plata en algunas ciudades inglesas, que hoy día son muy coleccionables.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, debido a los movimientos de Arts and Crafts y al Art Nouveau comenzó una reacción contra la fabricación en serie. Las joyas fueron fabricadas individualmente por diseñadores especiales y esto hizo que la oferta no fuese nunca abundante. Por esta razón, las piezas firmadas de estos conocidos diseñadores son relativamente raras y caras. Ocurre lo mismo con piezas de los diseñadores Art Deco, cuyo trabajo es muy difícil de encontrar. De hecho estas piezas son muy buscadas por los coleccionistas ya sea que estén firmadas o no.
Stephen Giles establece que a diferencia de otros campos coleccionables, como la cerámica y la platería, la joyería en general carece de marcas. Por lo tanto la datación de las piezas se basa frecuentemente en la observación, la comparación entre diversos elementos y simplemente la experiencia.
Puede parecer obvio pero una de las maneras más eficaces para datar joyería es a través de su estilo. Es muy importante observar en los museos la evolución de los estilos a fin de adquirir conocimientos esenciales para la tasación. Esto permitirá al tasador observar y estudiar estilos, materiales, calidad y fabricantes.
Muchas exhibiciones ofrecen muestras no sólo de piezas firmadas importantes sino también de productos fabricados en serie. Otra manera importante es relacionarse con algún vendedor experto para obtener datos sobre los productos más raros y difíciles de encontrar y los más comunes.
Las casas de subasta ofrecen una valiosa información, porque se pueden ver, tocar y examinar directamente los elementos que se ofrecen. A veces “sentir” una pieza es la mejor manera de determinar su calidad. Los catálogos de remate nos proveen de detalles sobre marcas, condición y precios estimados. No debemos olvidar que los precios estimados muchas veces no coinciden con los precios finales de venta. Siempre hay que conocer lo máximo posible de la historia de cada pieza a tasar.
Con respecto a las antigüedades el ramo se ha ampliado notablemente. Hace 50 años nada fabricado después de 1830 era considerado antiguo. Ahora incluso es buscada joyería fabricada en las décadas del 60 y 70. Antes no se tomaba en cuenta la joyería “folk”, que era descartada mientras que ahora es ampliamente buscada por coleccionistas particulares o museos.
Algunos coleccionistas se concentran en áreas especializadas, mientras que otros sólo compran para invertir. Debe tenerse en cuenta que una pieza que se paga muy poco, en general nunca aumenta dramáticamente su valor. Siempre valdrá más una pieza menos rara pero en mejor condición que una más rara pero con averías serias. Los mercados y los precios fluctúan, pero cuando una pieza es especial constituye siempre una buena inversión.
TASACIÓN: |
GEMAS, ANTIGÜEDAD, ESTILO, DISEÑADOR, RAREZA, MERCADO |
INFORMACIÓN |
MUSEOS JOYEROS Y ANTICUARIOS CASAS DE SUBASTA CATÁLOGOS Y ANUARIOS |
COLECCIONISTAS |
DISEÑADOR ESTILO TIPO DE OBJETOS COLECCIONES REALES DISEÑADOR TIPO DE PIEZA INVERSIÓN |
ALHAJAS |
DATACIÓN |
DISEÑO DECORACIÓN MARCA |
DISEÑADORES |
LIBERTY & CO. SIGLOS XVII al XIX TIFFANY LALIQUE ART NOUVEAU ART DECÓ VAN CLEEF & ARPELS SIGLO XX MAISON CARTIER FABER |
Bibliografía Específica
§ Art Decó, An Illustrated Guide to the Decorative Style, 1920-1940, Londres, 1940.
§ Arwas, Victor; Art Decó, Londres, 1980.
§ Becker, Vivienne; Antique and Twentieth Century Jewelry, Londres, 1987.
§ Becker, Vivienne; Art Nouveau Jewelry, Londres, 1985.
§ Bennett, David y Mascetti, Daniela; Understanding Jewelry, Woolbridge, 1989.
§ Colección Estilos del Arte. Art Nouveau, Joyería y Metalistería, Edimat Libros, Madrid, 1999.
§ Colección Estilos del Arte. Joyas del siglo XX, Edimat Libros, Madrid, 1999.
§ Evans, Joan; A History of Jewelry 1700-1870, Londres, 1953.
§ Fales, Martha; Jewelry in America, Londres, 1995.
§ Fontana, Mario; Le Guide Facili Pietre Preziose, Giovanni De Vecchi Editore, Milán, 1999.
§ Gere, Charlotte; European and American Jewelry, Londres, 1985.
§ Giles, Stephen; Jewellry, Antiques Checklist, Reed International Books Ltd., Londres, 1997.
§ Lanllier, J. y Pini, Marie Anne; Five Centuries of Jewelry, Friburgo, 1983.
§ Miller, Judith y Martin; Miller’s Pocket Dictionary of Antiques, Barrie and Jenkins, Londres, 1978.
§ Miller, Judith y Martin; Understanding Antiques, Mitchell Beazley, Londres, 1989.
§ Pearsall, Ronald; Illustrated Guide to Collecting Antiques, Smithmark Publishers, Nueva York, 1996.
[1] Al lugar de encuentro se lo denominó Field of the Cloth of Gold : Campo del vestido de oro. Trad.
2 Piedra Semipreciosa de gran valor.
3 En francés esta montura se denomina a jour.
4 Del latín gemellus, pareja.
5 Becker, Vivienne; Antique and Twentieth Century Jewelry, Londres, 1987.
6 Becker, Vivienne; Antique and Twentieth Century Jewelry, Op. cit.
7 El Mundo de la Moda.
8 La Cruz de Cristo es mi luz. Trad
9 Conocido en Arte como Arts & Crafts.
10 Esmaltado sobre metal en compartimentos separados por filetes metálicos.
11 Así se denomina al Art Nouveau en Austria.
12 El Art Nouveau Alemán.
13 Martilleada o Repujada.
14 Becker, Vivienne; Art Nouveau Jewelry, Londres, 1985.
15 Colección Estilos del Arte. Art Nouveau, Joyería y Metalistería, Edimat Libros, Madrid, 1999.
16 Becker, Vivienne; Art Nouveau Jewelry, Op.cit.
17Art Decó, An Illustrated Guide to the Decorative Style, 1920-1940, Londres, 1940.
18 Pearsall, Ronald; Illustrated Guide to Collecting Antiques, Smithmark Publishers, Nueva York, 1996.
19 Pearsall, Ronald; Illustrated Guide to Collecting Antiques, Op.cit.
20 Giles, Stephen; Miller’s Antique Checklist Jewelry, Reed International Books Limited, Londres 1997.
Apuntes de clase para la C.I.A. año 2008 - Prof. Corina Léchenet- Articulación con Universidad Nacional de Morón (Argentina)
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